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Lázaro y su Madera de bateador

Lázaro Madera


Por Raúl Hernández Lima

Resulta fácil encontrar a Lázaro Madera. Basta enterarse de dónde se juega al beisbol y ahí estará ineludiblemente, como adicto al ajetreo y el bullicio, necesitado de sus mieles como única forma de subsistencia.

Se equivoca quien lo imagine esquivo para las entrevistas, guiado por haberle visto huir de las cámaras alguna vez, en aquellos años de juventud y esplendor en la pelota. Nada de eso, afronta con seguridad las preguntas, las espera como a los malos lanzamientos que otros fallaban.

Transpira carisma, atrapa con la gracia incomparable que posee para contar historias. Todos le miran hablando a la grabadora y casi nadie está interesado ya en el partido que los niños juegan en el terreno de la Eide Ormany Arenado, y que reclama la atención de vez en cuando, pues Madera se roba el show como si fildeara en el campo corto.

Todos le recuerdan por su extraordinario bateo, algunos por su velocidad, mas nadie duda que jugó con una revolución más que el resto…

«Había etapas en que me daba por robar bases, sin señas, sin mirar el marcador, sin que me mandaran», recuerda levantando las cejas, sonríe y se lleva las manos a la cabeza, como temeroso de que lo escuche Jorge Fuentes.

Rememora aquella ocasión en que le costó su puesto en la novena regular de Vegueros. Dos intentos fallidos en un juego contra Las Villas provocaron la recia sentencia prometida por su mánager. Le condenaron a disciplinarse desde el banco.

Allí sufrió la impotencia del condenado, pero salió con la espectacularidad con que hizo casi todo dentro del terreno, empuñando el bate, la única herramienta que necesitó luego de terminar en aquella brigada de construcción en que trabajaba a los 16 años de edad.

Maniatada la tanda pinareña por Manuel "El Camión" Álvarez, los verdes perdían por una carrera en el final del noveno inning. Lograron poner un corredor en primera base y Fuentes le otorgó la posibilidad de la redención…

«Salí como emergente, dispuesto a no regresar más al banco, le adiviné un lanzamiento a Camión, se la boté de jonrón y decidí el juego. Se acabó la sanción», relata entre risas.

Dispara anécdotas como aquella en que se robó la tercera con las bases llenas… Pero aclara que también lo hizo Linares, como restando importancia al hecho. Luego cuenta otra "de espanto", como él mismo bautiza esas piezas de su ejecutoria.

«Se embasa Fernando Hernández y le metí jonrón a Mario Véliz. Era tanta la emoción que me desprendí a correr y cuando sentí los gritos ya estaba arriba de Fernando, que me toca. Me pusieron out a mí y valió la carrera de Fernando. Debió ser al revés. Lo cierto es que me quitaron un jonrón de las estadísticas», se lamenta.

«Yo jugué 15 series nacionales, me fui a Colombia y luego a Japón. Me hubiera gustado seguir jugando aquí, estoy seguro de que hubiera llegado a los 300 jonrones», analiza.

«Llegué tarde al beisbol y de ahí mis deficiencias defensivas y algunas en el bateo. Puede decirse que soy un pelotero empírico, aunque no improvisaba en el home como muchos piensan. Yo sabía lo que hacía», relata.

«Cierto que no tenía zona de bateo, que no tenía bolas, pero me preparaba para batear un lanzamiento», reconoce. «Eso necesita un conocimiento de cada lanzador y yo estudiaba a los contrarios, por eso no fallaba pitcheos que parecían imposibles de conectar», explica.

De ello conserva excelentes recuerdos, como las veces que golpeó de jit una bola franca cuando intentaban mandarlo a primera base intencionalmente, para que decidiera otro, y él se empeñó en resolver por sí mismo de la forma menos ortodoxa.

También convive en el imaginario algún jonrón con un envío que picó antes en el suelo. Increpado sobre cuánto hay de cierto responde como un resorte: «más de una vez conecté jit y jonrón con envíos imposibles para muchos. Sobre si esa bola picó en el suelo (o no) prefiero dejar el relato a quienes la vieron mejor», responde antes de guiñar un ojo con la picardía que le caracteriza.

Su llegada demorada al beisbol no le impidió convertirse en uno de los mejores peloteros cubanos de todos los tiempos.

Debe decirse así a pesar de no integrar muchas veces el equipo Cuba, cuando varios pensaban que lo merecía. Eso sí, se “embriagó” con el triunfo en la Copa Intercontinental de Beisbol de Barcelona 1991, en cuya final ante Japón pegó varios fouls en el mismo turno al bate y se ganó un boleto. Poncharse no era una opción para él.

Confiesa que admiró a Casanova y que se le dificultaban más los lanzadores de Industriales; que Linares fue de sus mejores amigos en el beisbol, como Ajete y Chacón; y asegura categóricamente que no tuvo mejor entrenador que Jorge Fuentes.

Madera nunca se alejó de los estadios y ahora mira de cerca los pasos de su hijo Lázaro, como también lo hizo con Osniel. Observa y entrena a otros niños, y sigue ligado a la pelota porque siente que ahí está su vida.

Confiesa que en su época se jugaba por amor, sin que importaran tanto los beneficios económicos que derivan de este deporte. Repite sin cansancio, como un himno de motivación, que «el beisbol me lo ha dado todo».

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